martes, 27 de julio de 2010

INDISCRECIÓN

No había sucedido nunca pero al verla cruzar la puerta un latido súbito se depositó en mi sexo, casi idéntico al que me provoca mi adicción mejor guardada. Apareció por el marco de la puerta y dijo que quería una sesión de cutting y que lleva su propio instrumental. Añadió que prefería algo sencillo pero profundo, perder bastante sangre y sentir mucho dolor. Tenía las manos firmes y grandes, manos capaces de tocar un contrabajo sin problemas, también su estatura era de contrabajista. Me dijo que le gustaban mis manos, las describió como una especie de maquinaria especifica para construir caminos de dolor.

La desnudé. Abrí el armario y tome una bata de seda color añil. Sabía que aquel color junto a la sangre crearían un cromatismo perfecto: un pantone de lisa e inaudita violencia.

Los cortes empezaron en los contramuslos, éstos se volvieron ríos que fluían aceleradamente bajando por su sexo y sus caderas, inundando el área perineal, llegando al hueco poplíteo, bajando raudamente hasta los tobillos.

Cuando inicié el corte en los tobillos ella pregunto mi nombre.

Yo se lo confesé.

La sesión terminó y yo me quedé saqueada involuntariamente y con una suma nada desdeñable sobre la mesa.

Fui incapaz de seguir trabajando ese día.

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