martes, 27 de julio de 2010

DOS VECES

El mundo me tumbó una vez, de esa época viene el tatuaje en mi contramuslo. Las letras descendentes: el cruce del sexo con la parte interior del muslo izquierdo. Padrino Dyke, en letras precisas, casi milimétricamente mecanografiadas.

La segunda vez yo tumbé al mundo, de ese entonces proceden los estiletos y la falda. Renací en París. Allí aprendí palabras como tecnologías de género, usos prostéticos del cuerpo, bondage. Pasaba mucho tiempo en el sótano de la biblioteca nacional, allí conocí a Pat (que ahora es Patrick). Pasaba mucho tiempo en ese lugar que era conocido como L´infierne. Después supé por qué.

Storytelling

Decidí trabajar porque me había convertido en una adicta. Estaba completamente enamorada, aún hoy sigo estando enamorada y el recuerdo de sus superficies me vuelca y me desborda las arterias y el sexo. Recuerdo perfectamente el frío de su porcelana, los contornos de sus paredes, el aroma de los inciensos y los aceites en aquella bañera. Recuerdo mi cuerpo frontándose contra las paredes marmóreas e impolutas, la fuente entre mis muslos. Nunca me había corrido así, me enamoré, decididamente me enamoré de aquella pared, de aquella columna del baño de la suite presidencial de un hotel en París. Mi vida (sexual) dependía de ella. No podía sentir aquello sino era frotándome en horcajadas contra ella. Mi adicción, mi enamoramiento, volver al sitio de mi placer me costaba 700 euros por semana.

WORK

Cuando conocí al Tío Storm me sonrió tres veces con los ojos antes de saludarme con un acento suavemente aterciopelado, azul, en un francés de extrarradio. Cuando yo ya caminaba sobre su espalda, me dijo que se había acercado a mí porque notó mi desesperación, mi enganche encubierto. Yo sonreí y le clave el estileto sobre el flanco derecho, ella gimió. Aquella herida y su subsiguiente cicatriz fueron mi primer regalo en agradecimiento para el Tío Storm.

HERÀCLITO & DEMÓCRITO

Heráclito lloraba cada vez que hablaba en público, Demócrito hacia lo inverso y se dice que su risa inundaba el espacio y llegaba a las fibras de la audiencia, hacia música y daño. No hago lo que ellos, ambas cosas me parecen innecesarias, mi profesión me exime de hablar, sólo construyo caminos de sangre y flores que se abren sobre las espaldas. Nunca recibiría dinero por construir daño con lenguaje.

MONOGAMIA

“El Dr. Samuel Johnson escribió en el siglo XVIII, lo siguiente sobre un perro que caminaba a dos patas: no lo hace bien; pero uno se sorprende de que lo haga en absoluto. Lo mismo podría decirse sobre la monogamia.”1

Ella habla, siempre que viene a visitarme habla de principio a fin. Llega perfectamente vestida con un look años 20 y los labios rojos, de un rojo menstrual, casi imposibles en su carnosidad y contornos. Tiene una boca infatigable, habla siempre de cosas que le ocupan el pensamiento: teorías varias, ciencia, género, abstracción, insurrección. Nunca he comprendido del todo porque paga por mis servicios, en realidad no creo que tuviera necesidad de pagar en absoluto, por nada. Es de esas mujeres que con un chasquear de dedos tendría cumplidos sus deseos más triviales, pero no lo hace. Ella quiere más y entonces no se detiene en ningún sitio. Sé por todo lo que cuenta mientras la suspendo que busca la insurrección a través de esta sumisión por pago. No soporta el poder de lo evidente. Quiere marchitarse, dejar de ser un centro. Mientras sigue hablando yo la ato más fuerte y empiezo a elevarla por medio de las cuerdas y las poleas. Lo último que me dice es que quiere permanecer suspendida por tres días. Me dice también que tiene el dinero para costearlo. Yo le devuelvo una mirada de asentimiento y salgo.

EL NOMBRE

El Tío Storm, fue el primero en preguntar mi nombre. Yo acababa de llegar a París y no podía recordar cómo me llamaba antes de vivir allí. Le conté que antes me llamaba Penetra y era impenetrable. Que no tenía un nombre pero podía decirme: Padrino, Padrino Dyke. La perfomatividad de ese nombre era lo que mejor me contenía en aquel momento.

INDISCRECIÓN

No había sucedido nunca pero al verla cruzar la puerta un latido súbito se depositó en mi sexo, casi idéntico al que me provoca mi adicción mejor guardada. Apareció por el marco de la puerta y dijo que quería una sesión de cutting y que lleva su propio instrumental. Añadió que prefería algo sencillo pero profundo, perder bastante sangre y sentir mucho dolor. Tenía las manos firmes y grandes, manos capaces de tocar un contrabajo sin problemas, también su estatura era de contrabajista. Me dijo que le gustaban mis manos, las describió como una especie de maquinaria especifica para construir caminos de dolor.

La desnudé. Abrí el armario y tome una bata de seda color añil. Sabía que aquel color junto a la sangre crearían un cromatismo perfecto: un pantone de lisa e inaudita violencia.

Los cortes empezaron en los contramuslos, éstos se volvieron ríos que fluían aceleradamente bajando por su sexo y sus caderas, inundando el área perineal, llegando al hueco poplíteo, bajando raudamente hasta los tobillos.

Cuando inicié el corte en los tobillos ella pregunto mi nombre.

Yo se lo confesé.

La sesión terminó y yo me quedé saqueada involuntariamente y con una suma nada desdeñable sobre la mesa.

Fui incapaz de seguir trabajando ese día.